Los ríos representan, desde siempre, un elemento clave en el nacimiento y el desarrollo histórico de las civilizaciones. Son muchos los imperios que han fundado en la presencia del agua su historia entera, basta pensar en Mesopotamia, en el Valle del río Indo, en Egipto. Desde las actividades comerciales hasta las agrícolas, desde la ganadería hasta la cultura, los ríos son medios indispensables para la superviviencia de los pueblos, hasta el punto de recibir incluso un significado simbólico.

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Como ustedes saben, incluso la ciudad de Roma cuenta con la presencia de un río muy importante: el Tíber. Este río nace en el monte Fumaiolo, una montaña situado en los Apeninos tosco-romañolo, y desemboca en el Mar Tirreno. Después del Po y el Adige, el Tíber representa el tercer río italiano por longitud, discurre por un total de unos 400 kilómetros entre los montes Sabinos y los montes Ciminos. El Tíber esta alimentado por varios afluentes y arroyos a lo largo de su camino, entre ellos el Aniene, el Nera y el Farfa son seguramente los más conocidos.

Debido a esa riqueza, nos resulta difícil creer que sin la presencia de este recurso hídrico, Roma hubiera tenido el mismo camino histórico. En esta región de Lazio, en el siglo VIII a.C., nacen los primeros asentamientos habitados. Según las fuentes tradicionales, la fundación de Roma se remonta al año 753 a.C., pero los vestigios más consistentes de ocupación se datan del siglo IV a.C. y se sitúan en la zona de Ostia.

A lo largo de la primera fase de la historia romana, la ciudad tiene una serie de iniciativas encaminadas a controlar el comercio y, en este tema, el río tiene una función esencial.

Sabemos que los romanos eran expertos en ingeniería hidráulica; a ellos se atribuye el proyecto de acueductos en épocas posteriores, e incluso la llamada Cloaca Máxima, uno de los sistemas de alcantarillado conocidos más antiguos.
Estamos solo en el siglo VI a.C. y este hecho es sin duda un índice de la capacidad de la ciudad de aprendizaje y conocimiento de otras civilizaciones y pueblos con los que entraron en contacto para crear iniciativas extraordinarias, la primera de ellas, la Cloaca, en cuyo proyecto han contribuido los conocimientos tomados del pueblo etrusco.

Como es sencillo de intuir, el río era importante para los comercios y por su naturaleza de conexión con la zona portuaria, asomada al mar Tirreno. Los latinos llamaban a este río Tìberis, del cual deriva Tíber, pero probablemente el nombre más antiguo es Rumon, de “rumiante”, hecho que evidencia y hace referencia a la erosión de las orillas de los ríos, que fue notada ya en la época antigua.

Otra expresión con la que los romanos indicaban el Tiber es “Albula” o “Biondo Flavio”, por la tonalidad de la arena. Una curiosidad en la cual merece la pena detenerse es que, según Servio, autor latino que probablemente vivió durante el siglo V a.C., la ciudad de Roma debe su propio nombre precisamente al Tíber. Rumen o Rumon, los términos con los cuales los latinos indicaban el río, comparten una raiz parecida a Roma, y más precisamente al verbo Ruo, o sea “fluyo”.

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En cuanto a las fuentes legendarias sobre los orígenes de Roma, sabemos que fue Eneas, el famoso héroe mitológico y fugitivo de Troya, en busca de una patria, en llegar a esta zona donde se fundó Roma, e incluso aquí el río juega un papel esencial.
Eneas subió la desembocadura del rìo que, entonces, era conocido como Albula, llegando cerca de una zona habitada por pastores. El río más tarde fue nombrado Tíber probablemente en honor de una divinidad fluvial o de un Rey llamado Tiberinus que pudieran haber tenido alguna conexión con el curso del agua.

Leyenda o no, sabemos que el río fue utilizado desde los orígenes de la ciudad y que el pueblo se preocupó de empezar una serie de intervenciones a fin de utilizar de manera óptima esta reserva. El Tíber fue utilizado como fuente de agua potable, como conexión y vía de comunicación, utilizado por barcos, y como ambiente propicio para la pesca. Se construían puentes de madera para cruzar las orillas y estas construcciones se convirtieron en mamposterìa. Como ya se ha mencionado, el primer acueducto de Roma debe su origen a Appio Claudio, quien también decidió construir la famosa Calle Appia.

Hoy en día, el Tíber es un maravilloso rìo que atraviesa la Ciudad Eterna, regalando a sus visitantes unos panoramas que son muy difíciles de olvidar. A las afueras de Roma, más allà del GRA (Grande Raccordo Anulare, una autovìa que circunda la capital italiana), el rìo fluye dentro de un area protegida, que es parte de la Reserva Natural del Litoral Romano. En todo su recorrido, este río se encuentra con muchas especies vegetales, arbustos, plantas tales como álamos, eucaliptos, pinos y varias especies de fauna que encuentran aquí un hábitat ideal. De hecho, sabemos que en el momento de la limpieza, por razones logísticas, se plantaron en la zona de la desembocadura unas especies de arbustos capaces de absorber el exceso de agua. Esta es la razón que caracteriza la extraordinaria biodiversidad típica del paisaje romano de hoy en día.

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